Este blog tiene una deuda imprescriptible con el remero Psikopatías, que con motivo de su 60 cumpleaños ha sido objeto de homenaje por un congreso de matemáticos celebrado en la Universidad del País Vasco, Campus de Leioa, entre los días 5 y 8 de mayo del presente año. Anoche se celebró la cena de clausura, durante la que los invitados dieron cuenta del siguiente menú:
____________________________________________________________________________Cóctel de champagne Piper-Heidsieck
Mousse de perretxikos y ziza-hori
Ondobeltz del dulce sobre micuit de pato
Croquetas de rovellons
Níscalos y lengua de vaca encurtidos con anchoas de Santoña
Espárragos naturales con besamel de ziza-zuri
Crema marinera de cornucopiodes
Caracoles con perretxikos a la alavesa
Magret de pato con hongos agridulces
Viña Real Gran Reserva
Sorbete al cava con frutos del bosque
Torrijas de primavera
Cafés y copas
Buzón de correos
Teresa Giménez Barbat remite un apunte de su libro 'Diario de una escéptica', que la editorial Triacastela tiene actualmente en prensa para su próxima publicación. La anotación es del 22 de julio de 2004 y corresponde a una conferencia impartida en la sede de La Caixa por Gervasio Sánchez, el fotógrafo que considera "un error táctico" la prohibición de salir de su país a la periodista Yoani Sánchez para recoger uno de los premios Ortega y Gasset, como el que había ganado él mismo, por la dictadura cubana.
22 de julio
Al atardecer, voy a La Caixa a una conferencia de Ramón Lobo, periodista y corresponsal de guerra de El País, y de Gervasio Sánchez, fotógrafo también de guerra.
El tema que proponen es determinar cuáles son los hechos reales en cualquier acontecimiento y cómo pueden verificarlos los periodistas. La conferencia da vueltas a la cuestión de cómo los medios deforman la verdad por motivos económicos o políticos. Y, como era de prever teniendo en cuenta el talante de los dos periodistas, la crítica se centra en los medios americanos. Esto no les impedirá protestar luego de que las únicas noticias que interesan son las que tienen como protagonistas a los presidentes y ciudadanos de este país. Ellos mismos dirán que lo que sucede en otros lugares «no es mediático».
Algo sorprendente es ver como se les entrega el público a estos periodistas. Debe de ser cosa del talante, del buen rollo que llevan. Vienen a hablar de la manipulación que sufrimos, de la urgencia en defender el sentido crítico, de la importancia de la duda... y la gente de la sala reacciona dándoles el corazón y casi el bolsillo.
Choca. Confían absolutamente en lo que dicen. Incluso les proponen crear un periódico, uno que «se lo puedan creer», según pide un asistente. La necesidad que tenemos los humanos de ahorrarnos trabajo, de encontrar atajos que economicen neuronas, tiene que ser el secreto de que nos tomen tanto el pelo.
¿Nosotros un periódico? Los conferenciantes se alarman antela idea. Hasta aquí no quieren llegar, no están por la labor. Que si serian un desastre en las cuentas y todo esto. Es un dilema: si lo hacen otros, será viable económicamente pero manipulado; si lo hacen ellos, será totalmente verídico pero inviable económicamente. Resignación.
Aseguran al público que los medios son «transmisores de ideología». Y sólo lo son los medios, porque parece que ellos están libres de pecado. En realidad, en ningún momento nos ocultan de qué lado del espectro político se sitúan: profieren bastantes comentarios sarcásticos sobre la medalla que le han concedido a Aznar en los Estados Unidos. Pero se olvidan de la que se había de autoconceder Bono al cabo de un mes de ser ministro. Qué despiste.
Como que ellos no están ideologizados, se ceban en todos los presidentes americanos. Digo todos porque no se dejan ni uno: no se salvan ni los demócratas. Todos tontos. Por ejemplo, se refieren al matrimonio Clinton como «ese par de bobalicones» y les ponen verdes por cobrar veinte millones de dólares por cada uno de los libros que han escrito. Libros que, en realidad y según ellos, sólo hablan de la dichosa mancha de semen y de la Levinsky.
Es posible que los Clinton se ganen la vida, incluso se forren, escribiendo y dando conferencias ahora que no están en el poder. Si hubieran robado suficiente, como Menem, o si fueran ultramegamillonarios como Castro o Arafat gracias a la miseria de su pueblo, quizás no les haría falta hacer nada más. Debe de ser por eso que son «bobalicones». Pero no es el tipo de cosa que se les ocurre a esta pareja de «imparciales».
A media conferencia, una chica del público y otra acompañante se levantan para irse. Le dedica un gesto de disculpa al estrado y Lobo la responde con una despedida muy deferente y afable. Josep, que no la reconoce, se queda algo intrigado. Cuando después le explico que era la infanta Cristina, flipa. Encuentra extraño que dos progres sean tan pelotas. Él es muy antimonárquico.
También es, a veces, algo inocente.
22 de julio
Al atardecer, voy a La Caixa a una conferencia de Ramón Lobo, periodista y corresponsal de guerra de El País, y de Gervasio Sánchez, fotógrafo también de guerra.
El tema que proponen es determinar cuáles son los hechos reales en cualquier acontecimiento y cómo pueden verificarlos los periodistas. La conferencia da vueltas a la cuestión de cómo los medios deforman la verdad por motivos económicos o políticos. Y, como era de prever teniendo en cuenta el talante de los dos periodistas, la crítica se centra en los medios americanos. Esto no les impedirá protestar luego de que las únicas noticias que interesan son las que tienen como protagonistas a los presidentes y ciudadanos de este país. Ellos mismos dirán que lo que sucede en otros lugares «no es mediático».
Algo sorprendente es ver como se les entrega el público a estos periodistas. Debe de ser cosa del talante, del buen rollo que llevan. Vienen a hablar de la manipulación que sufrimos, de la urgencia en defender el sentido crítico, de la importancia de la duda... y la gente de la sala reacciona dándoles el corazón y casi el bolsillo.
Choca. Confían absolutamente en lo que dicen. Incluso les proponen crear un periódico, uno que «se lo puedan creer», según pide un asistente. La necesidad que tenemos los humanos de ahorrarnos trabajo, de encontrar atajos que economicen neuronas, tiene que ser el secreto de que nos tomen tanto el pelo.
¿Nosotros un periódico? Los conferenciantes se alarman ante
Aseguran al público que los medios son «transmisores de ideología». Y sólo lo son los medios, porque parece que ellos están libres de pecado. En realidad, en ningún momento nos ocultan de qué lado del espectro político se sitúan: profieren bastantes comentarios sarcásticos sobre la medalla que le han concedido a Aznar en los Estados Unidos. Pero se olvidan de la que se había de autoconceder Bono al cabo de un mes de ser ministro. Qué despiste.
Como que ellos no están ideologizados, se ceban en todos los presidentes americanos. Digo todos porque no se dejan ni uno: no se salvan ni los demócratas. Todos tontos. Por ejemplo, se refieren al matrimonio Clinton como «ese par de bobalicones» y les ponen verdes por cobrar veinte millones de dólares por cada uno de los libros que han escrito. Libros que, en realidad y según ellos, sólo hablan de la dichosa mancha de semen y de la Levinsky.
Es posible que los Clinton se ganen la vida, incluso se forren, escribiendo y dando conferencias ahora que no están en el poder. Si hubieran robado suficiente, como Menem, o si fueran ultramegamillonarios como Castro o Arafat gracias a la miseria de su pueblo, quizás no les haría falta hacer nada más. Debe de ser por eso que son «bobalicones». Pero no es el tipo de cosa que se les ocurre a esta pareja de «imparciales».
A media conferencia, una chica del público y otra acompañante se levantan para irse. Le dedica un gesto de disculpa al estrado y Lobo la responde con una despedida muy deferente y afable. Josep, que no la reconoce, se queda algo intrigado. Cuando después le explico que era la infanta Cristina, flipa. Encuentra extraño que dos progres sean tan pelotas. Él es muy antimonárquico.
También es, a veces, algo inocente.
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