04 abril, 2008

Leyendas del antinazismo

Colleville-sur-mer es una localidad francesa de 146 habitantes, situada en el departamento de Calvados, en la Baja Normandía. Es un pueblo minúsculo con un cementerio muy grande: 9.385 tumbas en las que yacen otros tantos jóvenes estadounidenses que murieron en el desembarco de Normandía, hace 64 años. Aquel fue un hecho de guerra que tuvo lugar en la playa de la localidad, bautizada por los norteamericanos como Omaha Beach. ¿En un gesto de imperialismo cultural sin precedentes?



En su artículo de El País de ayer, dedicado al último viaje presidencial de Bush a la Vieja (con mayúsculas en el original) Europa, enlaza Lluís Bassets dos citas de Marx. Una es la que habla de la repetición de los acontecimientos y los personajes en la historia: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. La otra es la siguiente: “La tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos”. A partir de ahí, escribe el párrafo final de un artículo:
“Los soldados norteamericanos enterrados en los campos de Francia y Alemania son los que alientan esta visión tan eficaz todavía de un presidente libertador de Europa, que termina coincidiendo con el que libra la Guerra Global contra el Terror, en Irak o en Afganistán. Pero este esquema, que sale de la guerra fría y regresa a otra guerra fría, aunque se nutre de las leyendas del antinazismo, no vale para los europeos, sea Sarkozy o sea Merkel, y no resuelve sus necesidades de seguridad y defensa. Al contrario, quizás las complica.”

Seguramente no ha querido escribir lo que ha escrito en medio de esta sintaxis torturada. Las leyendas del antinazismo. He aquí un sintagma que no habría sido publicado en ningún periódico alemán y cuya lectura induce a incredulidad en un diario español de los últimos sesenta años. Sólo en la primera mitad de los años cuarenta del siglo XX podía comentar: “Dicen que están gaseando a los judíos” y ser respondido: “Bah, leyendas del antinazismo”.

Después de la liberación de Auschwitz y visto lo que se vio allí, no es cierto que no se pueda escribir poesía, como dijo un tanto atolondradamente Adorno. En cambio, sí se puede decir que no hay leyenda, exageración o propaganda que no palidezca ante la realidad. Seguro que ha querido escribir otra cosa. El resultado es el riesgo de acostumbrarse a empujar los hechos con palabras. Al final adquieren vida propia y acaban arrastrándonos hacia lugares insospechados.

¿Se puede saber, después de todo, qué han hecho por nosotros los romanos?

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La soledad del mando


Decíamos ayer que mientras quedaba cumbre, había esperanza. De la misma opinión era el presidente en funciones al insistir en que "seguramente" iban a hablar, ya que quedaba "bastante cumbre por delante". La cumbre ha terminado y no hubo tal, pero hay algo incomprensible en toda esta historia de alentar expectativas de encuentros, cumbres, entrevistas y otras aproximaciones.

No se entiende, en primer lugar, tanto interés por encontrarse con el carnicero de Irak cuando se ha hecho campaña, divisa y hasta proselitismo de la retirada de las tropas. Tampoco se entiende esa afición a quedarse sentado en determinados momentos, sea al paso de la bandera de Estados Unidos en desfiles o sea en una cumbre de la OTAN, mientras los demás hablan de sus cosas.

Lo que no saben los que se han levantado a bailarle el agua a Bush es que ya es un presidente amortizado, mientras el nuestro es todo futuro. La de zapatero es la soledad del corredor de fondo. O la del torpe de los guateques.


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