El género (negro) dentro, por el calor

En diciembre de 2008, el remero de primera clase Artanis contó una noche de cena fraternal, ya a pie de copa en el hotel Dómine de Bilbao, la historia de esta foto y la identidad del personaje que aparece a la derecha, uno de los más grandes escritores de novela negra, autor de la más negra, brutal y desesperanzada de las novelas del género: '1.280 almas'. Nunca supe la cara que tenía Jim  Thompson y no pude imaginar, por tanto, que era el actor que encarnaba al personaje del juez Baxter W. Grayler en una versión cinematográfica de la novela de Chandler 'Adiós, muñeca'. La semana pasada me envió la foto, con el comentario siguiente:

Observe bien la imagen (se abre con el visor de Windows, creo que con cualquier programa, sin problemas). Reconocerá sin problema a Robert Mitchum; Bob, para los amigos. Cincuenta y bastantes, con un tinte capilar oscuro para construir un personaje de una década menos; Mitchum, adicto y defensor de la marihuana, desde la adolescencia hasta su muerte. Dipsómano. Fornicador impenitente, casado durante casi cincuenta años, nunca abandonó a su esposa a pesar de sus múltiples amantes y aventuras… sólo estuvo a punto de hacerlo por su romance de un par de años con Shirley McLaine (la narración de esto está en un delicioso libro que queda para otra ocasión). Mitchum, icono del género (y de otros), granjero, homeless adolescente en la Gran Depresión, prisionero por vagancia en una chain-gang, preso fugado, superviviente a un escándalo hollywoodiense cuando fue condenado por consumo de sustancias nocivas, compositor, cantante, poeta, saxofonista…

Este fotograma pertenece a un film titulado “Farewell, My Lovely”, o sea, “Adiós, Muñeca”, o sea una adaptación de la segunda novela de la saga chandleriana acerca de su mítico personaje, Philip Marlowe. Primera parada, pues… un icono del cine negro, interpretando a un mito de la novela negra. Bien, pero nada del otro mundo, estará de acuerdo. Tantas veces, tantos actores, tantos personajes... De paso, decir que este film fue estigmatizado por los críticos como "revivalista", siguiendo la estela reconstructiva de títulos como “El Padrino” o “Chinatown”. Desfile de  estilemas… gabardinas, gorros, autos, 38's, femmes fatale...

¿Qué yace en este fotograma, pues, para que sea extraordinario?

Mire al otro hombre. No tiene por qué conocerle. Incluso muchos cinéfilos y bibliófilos desconocen que en este film aparece este otro individuo, por cuyas venas corría una parte de sangre india nativa. Un hombre enjuto, anciano, gastado, a sus setenta años de mala vida… y no tan divertida como la de Mitchum desde su llegada a Hollywood. Se trata de Jim Thompson y aunque fue de casi todo en la vida (homeless y granjero, militante comunista y alcohólico, dependiente de gasolinera y recepcionista de hotel, sheriff y pequeño delincuente y  -prácticamente- cualquier trabajo que pusiera un dólar en su mano, incluyendo proyeccionista de cine) ha pasado a la posteridad como escritor. Escritor de novela negra; a veces, presuroso, porque venía la fecha de entrega y redactaba como enfebrecido centenar y medio de páginas; a veces, con más pausa, pero volcando siempre su vida llena de experiencias y calamidades, dignas de un personaje de “Las Uvas De La Ira”. Colaboró con Kubrick en los guiones de dos joyas “Atraco Perfecto” y “Senderos De Gloria” y su obra ha nutrido a gentes como Peckimpah (“La Huida”, otro por cuyas venas había sangre india). Pero no, no es el cine lo que le hace antológico. Eso lo hizo solo, con piezas como la alucinante, obscena  y casi mística “1.280 Almas”; el terrible retrato psicológico en primera persona de “El Asesino Dentro De Mí”; la viciosa América entre profunda y urbana de “Los Timadores”… hasta el fin de sus días, estuvo convencido de que su obra pasaría  a la posteridad, porque en vida… en vida, no. Era carne de quiosco, a pesar del empujón que la crítica francesa le propició, poniéndole al frente de los grandes como Chandler, Hammett, McDonald o Goodis (otro con una vida y un retrato psicológico como para pedir asilo). Pero la gran revalorización llegó tras su muerte, pocos años después de esta imagen.

Francia… años cincuenta… nunca he podido evitar pensar si Cortázar, cuando pensaba su “Rayuela”, que publicaría una década después, dotada de tantas innovaciones, incluyendo la de la alternancia de narradores en líneas  consecutivas, habría leído entre esas novelas de negra encuadernación que los franceses idolatraban importándolas desde América, un título concreto de Thompson (dudo en este instante “A Hell Of A Woman” o “A Swell-Looking Babe”) en el que se adelantó en este estilo.

¿Sabe que apodo le puso a Thompson un crítico en un momento brillante (para el crítico)?

"Dimestore Dostoievsky". El Dostoievsky de las tiendas de todo a cien. Protagonistas atormentados por dudas, acciones y omisiones. Torturados. Místicos a su pesar.

Y ¿de qué iba este discurso? Pues de que este fotograma congela una asombrosa mèlange, un mágico momento de mezcla de realidad y ficción…

Un icono del cine negro (real), interpretando a un mito de la literatura negra (ficción) en un film (ficción) estrechando la mano de otro mito, creador (real) de ese universo dotado de reglas propias que es la novela negra (ficción… o no).

Realidad y ficción solidificadas en ese ámbar de celuloide.