08 julio, 2006

Días de Marmota

Santiago González
Lamento mucho, mi señor Zapatero, que Xabier Arzalluz, luz que nos alumbra, haya mostrado en público tan mejorable juicio sobre su estrategia negociadora: le imputa a usted una «charranada» con el Estatut, se pregunta: «¿quién negocia con este hombre a partir de ahora?» y vaticina un final poco satisfactorio para la libre decisión de los vascos: «Zapatero se quedará en el 'sin perjuicio de la unidad constitucional', como Isabel II». Arzalluz se refiere a la Ley Confirmatoria de los Fueros, de 1839, en la que se confirmaban los fueros «para las provincias vascongadas y Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía». ¿Por qué le compara a usted con Isabel II? Misterio. Sería lógico el paralelismo con Evaristo Pérez de Castro, presidente del Consejo de Ministros entre 1838 y 1840. Aceptable, incluso, que hubiese dicho «como Espartero», vencedor en la primera guerra carlista y firmante del Convenio de Vergara, que da pie a la citada ley. La comparación más adecuada para Isabel II es, por razones obvias, su tataranieto Juan Carlos I. Aunque tampoco del todo: Isabel II acababa de cumplir nueve años y la ley, que los nacionalistas llaman 'abolitoria', fue promulgada en su nombre por la regente María Cristina.
Más allá del capricho análogico, vayamos al 'quid' de la cuestión. ETA es para los nacionalistas la expresión del conflicto, así, por antonomasia. El terrorismo es un grave problema para la convivencia porque hay un nacionalismo que se considera parte de ese conflicto cuya expresión es ETA. «ETA es la espuma y nosotros la cerveza», Arzalluz dixit y pixit, si me permite expresarme con el gracejo de su ministra de Cultura. A partir de aquí hay dos escuelas, no diré de pensamiento, sino de soluciones: una piensa que negociar con ETA y Batasuna es la mejor manera de ahorrarnos los empujones al arbolito; la otra sostiene que el problema nacionalista empezará a desembocar cuando ETA asuma su derrota.
Aunque Ortega y Gassett no era rigurosamente de izquierdas, -todos no podemos ser Suso de Toro-, debería leer usted los discursos parlamentarios de Ortega y Manuel Azaña en 1932, durante la tramitación del Estatuto catalán. Entre nosotros, tenía más razón Ortega cuando decía que el problema catalán (vale decir el vasco) no tiene solución y que lo pertinente es aprender a conllevarlo. Azaña, con optimismo de izquierdas, quería buscar un encaje del nacionalismo catalán para que se sintiera cómodo en España. Companys lo demostró en 1934. Han pasado 74 años y seguimos en lo mismo, como prueba este intento suyo. Tome nota de la advertencia de Arzalluz. Cuando usted desarrolle su plan, habremos llegado al punto cero, al momento justo en que se inició «el conflicto» para el imaginario nacionalista: el 25 de octubre de 1839. Es un eterno retorno, presidente, el día de la marmota. Lo peor es que en cada vuelta atrás nos dejamos 25 años de convivencia por el camino.
EL CORREO, 4/7/2006

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