¿Imprecar es agredir?

Una de las maravillas del periodismo moderno es la evanescencia de los conceptos a medida que ascienden por la información hacia los titulares. El diario El País da cuenta hoy del éxito que el modelo de tolerancia ya conocido en el País Vasco y Cataluña, alcanzó ayer en Galicia. "Unos 25 universitarios intentaron agredir ayer a la presidenta del PP del País Vasco", arranca la información. "25 radicales increpan a San Gil en Santiago", reza el titular. Es la cruz de la campaña, escribe Tonia Etxarri.

La información no ha merecido honores de primera. Ocupa un hueco en página par, la número 18 del periódico, que hace la número 7 de la sección España. La Universidad de Santiago impidió que la Policía entrara para proteger a la dirigente popular. Ni el presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, ni el PSG, ni el Parlamento gallego han dicho ni mú al respecto. Sí han manifestado su repulsa los socialistas vascos por boca de Patxi López y Miguel Buen.

El 23 de enero de 2005, El País daba cuenta de los incidentes que se produjeron la víspera, en la manifestación de la AVT en Madrid, cuando el entonces ministro de Defensa quiso demostrar que a él se le aplaudía en la misma manifestación en la que se insultaba al resto del Gobierno:


No hubo tal agresión, sentenció la Audiencia Provincial de Madrid, algo que ya sabíamos. Rosa Díez y el periodista Hermann Tertsch estaban junto a Bono en la manifestación y lo vieron todo.

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Vocación de permanencia

La noticia que hoy abre el diario El Mundo ofrece algunos aspectos de interés. El primero de ellos es el propio hecho de que el ministro de Justicia, que tiene una vivienda unifamiliar en Madrid, se instale en un piso oficial. Es normal, razones de seguridad, se defiende desde el Ministerio. El segundo es que se gaste 250.000 euros en acondicionarlo, casi tanto como la esposa del presidente del Gobierno en acondicionar la residencia real de La Mareta (285.000 €) para que la familia presidencial pasara sus vacaciones los años 2004 y 2005.

También debe considerarse normal. Nadie se hace ministro, y no digamos presidente, para ver empeorar su nivel de vida, irse a vivir o a pasar las vacaciones a cualquier cuchitril. Nada que oponer a la sensibilidad del ministro Bermejo o de los Zapatero para quienes hemos crecido en la admiración de la princesa del guisante como modelo de delicadeza, pero la explicación del Ministerio de Justicia, que la anterior ocupante del piso, la ministra Trujillo, dejó la vivienda "en condiciones de habitabilidad muy deficientes", es sorprendente. ¿Acaso Mª Antonia Trujillo se sintió despechada al ser destituida y se dedicó a rajar las cortinas, embozar los váteres para producir inundaciones, prendió fuego en la tarima del salón, pintarrajeó las paredes y se cargó a martillazos la vitrocerámica?

Lo más notable, con todo, es que Mariano Fernández Bermejo se meta en obras tres meses antes de las elecciones. A eso se le llama confianza en el destino. Sería una virtud, si no estuviera pagada con dinero público. Hay que comprenderlo. El ministro creció en un hogar cuya cabeza era el jefe local del Movimiento en Arenas de San Pedro y el cargo de papá no estaba sometido a los caprichos recurrentes del populacho, a la voluntad cambiante de la chusma.