La cosa está estancada
Santiago González
Batasuna dice que el proceso democrático está estancado, mientras el presidente del Gobierno y su secretario de Estado de Comunicación explican que el proceso de paz está como siempre, no peor ni mejor que hace dos meses.
Las dos partes tienen razón en este caso: la cuestión de fondo permanece inalterable y a ese estado puede llamársele con toda propiedad estancamiento. Algunas cosas sí han cambiado, sin embargo. El Gobierno ya no profiere por boca de ninguno de sus ministros aquella advertencia que Alfredo Pérez Rubalcaba hacía cuando se produjeron los primeros actos de ‘kale borroka’ y las primeras peticiones del ‘impuesto revolucionario’ tras la tregua: “estas acciones son incompatibles con el proceso de paz”. El presidente del Gobierno dice ahora que lo incompatible con el proceso de paz es “la impaciencia”. El presidente del Senado considera que el terrorismo callejero es, en realidad, una muestra de “debilidad”, porque quieren hacer que la sociedad doble la rodilla y hacer marketing para reivindicar protagonismo (sic).
También ha cambiado aquella confianza ciega en los pálpitos del líder que con casi total unanimidad ha venido mostrando la militancia socialista. Durante los primeros meses de la tregua era muy posible encontrar dirigentes socialistas que explicaban su confianza en “el proceso” con el argumento de que “Zapatero tiene suerte”.
La realidad no ha hecho mella aún en la mayor parte de los adeptos, pero los entusiasmos se han enfriado notablemente. Ahora “ven muy preocupante” el rebrote de la violencia y consideran, según la información de El Correo que incluía esta web la semana pasada:
“que estas acciones suponen un «salto cualitativo» y no descartan que puedan formar parte de una estrategia de presión de los sectores más intransigentes del entorno de ETA, a la espera de que se produzca la primera reunión entre representantes de la banda y del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.”
No descartan que puedan formar parte de una estrategia de presión, dicen. Qué habrán leído quienes así se explican sobre el terrorismo y qué pensarán sobre la manera de negociar de los terroristas. Ese es uno de los problemas que tiene el lenguaje anestésico que nuestros socialistas han copiado con tanto entusiasmo a los nacionalistas. Se le empieza llamando ‘proceso de paz’ a la negociación y se acaba concluyendo que la violencia la practican “los sectores más intransigentes” del entorno de ETA, es decir, gentes que no están a favor del proceso de paz. Esto lleva a una peregrina conclusión: que el proceso de paz está bien en lo que se refiere a ETA, pero que tenemos un problema con una parte del entorno.
Otra conclusión lógica de este, llamémosle razonamiento, es que ETA es una organización más democrática que el PP, porque los terroristas están a favor del proceso de paz y el principal partido de la oposición, no, teoría que ha sido sostenida en el plano intelectual por Santiago Carrillo y Boris Izaguirre.
Pero parece que estamos empezando a tocar el fondo. Es verdad que ETA está debilitada por la eficacia policial, la situación internacional y por la efectividad que demostraron los dos instrumentos más eficaces que el Estado de derecho ha puesto en marcha contra el terrorismo etarra en años pasados. Pero también sabemos de manera fehaciente que no es verdad que ETA se haya mostrado nunca dispuesta a rendirse al Gobierno sin contrapartidas políticas, tal como prescribió el Congreso de los Diputados el 17 de mayo de 2005. Y también sabemos que los comisionistas que acompañan al Gobierno en este viaje, van a reforzar con su propia presión la que ejercen los violentos.
“¿Qué aporta la violencia a la consecución de la paz?”, se preguntaba, puestísima en razón, Miren Azcarate, portavoz del Gobierno Ibarretxe. Y se constaba con no menos acierto: “la violencia reiterada no aporta nada positivo a la paz”. Tal vez si fueran hechos aislados, pero como en la vieja anécdota de la presentación de cartas credenciales por el embajador Porras y Porras al rey de Portugal, lo que molesta es la insistencia. Por más que la violencia insista, los nacionalistas y esa informe excrecencia de la izquierda que es lo de Llamazares y Madrazo, seguirán apostando por negociar políticamente con los terroristas, bien directamente, bien en la mesa paralela.
Mientras tanto, el Gobierno sigue cada vez más preso del proceso, si me permiten esta aliteración elemental. Plantarse y decir “esto no va a ninguna parte” equivaldría a quedarse pavorosamente solo. La mayor parte de sus actuales socios reaccionarían negativamente y, lo que es peor, sería difícil convencer a la parte más racional del electorado de que la culpa era del PP. Esto no quiere decir que no lo vayan a intentar, pero en este problema, como en los otros grandes problemas que tenemos planteados, (inmigración y reformas constituciones y estatutarias) sería imprescindible abandonar las fantasías que desde el Pacto del Tinell han definido la única estrategia en la que el Gobierno de Zapatero ha mantenido una cierta coherencia: hacer imposible la alternancia y eso es muy difícil.
Las dos partes tienen razón en este caso: la cuestión de fondo permanece inalterable y a ese estado puede llamársele con toda propiedad estancamiento. Algunas cosas sí han cambiado, sin embargo. El Gobierno ya no profiere por boca de ninguno de sus ministros aquella advertencia que Alfredo Pérez Rubalcaba hacía cuando se produjeron los primeros actos de ‘kale borroka’ y las primeras peticiones del ‘impuesto revolucionario’ tras la tregua: “estas acciones son incompatibles con el proceso de paz”. El presidente del Gobierno dice ahora que lo incompatible con el proceso de paz es “la impaciencia”. El presidente del Senado considera que el terrorismo callejero es, en realidad, una muestra de “debilidad”, porque quieren hacer que la sociedad doble la rodilla y hacer marketing para reivindicar protagonismo (sic).
También ha cambiado aquella confianza ciega en los pálpitos del líder que con casi total unanimidad ha venido mostrando la militancia socialista. Durante los primeros meses de la tregua era muy posible encontrar dirigentes socialistas que explicaban su confianza en “el proceso” con el argumento de que “Zapatero tiene suerte”.
La realidad no ha hecho mella aún en la mayor parte de los adeptos, pero los entusiasmos se han enfriado notablemente. Ahora “ven muy preocupante” el rebrote de la violencia y consideran, según la información de El Correo que incluía esta web la semana pasada:
“que estas acciones suponen un «salto cualitativo» y no descartan que puedan formar parte de una estrategia de presión de los sectores más intransigentes del entorno de ETA, a la espera de que se produzca la primera reunión entre representantes de la banda y del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.”
No descartan que puedan formar parte de una estrategia de presión, dicen. Qué habrán leído quienes así se explican sobre el terrorismo y qué pensarán sobre la manera de negociar de los terroristas. Ese es uno de los problemas que tiene el lenguaje anestésico que nuestros socialistas han copiado con tanto entusiasmo a los nacionalistas. Se le empieza llamando ‘proceso de paz’ a la negociación y se acaba concluyendo que la violencia la practican “los sectores más intransigentes” del entorno de ETA, es decir, gentes que no están a favor del proceso de paz. Esto lleva a una peregrina conclusión: que el proceso de paz está bien en lo que se refiere a ETA, pero que tenemos un problema con una parte del entorno.
Otra conclusión lógica de este, llamémosle razonamiento, es que ETA es una organización más democrática que el PP, porque los terroristas están a favor del proceso de paz y el principal partido de la oposición, no, teoría que ha sido sostenida en el plano intelectual por Santiago Carrillo y Boris Izaguirre.
Pero parece que estamos empezando a tocar el fondo. Es verdad que ETA está debilitada por la eficacia policial, la situación internacional y por la efectividad que demostraron los dos instrumentos más eficaces que el Estado de derecho ha puesto en marcha contra el terrorismo etarra en años pasados. Pero también sabemos de manera fehaciente que no es verdad que ETA se haya mostrado nunca dispuesta a rendirse al Gobierno sin contrapartidas políticas, tal como prescribió el Congreso de los Diputados el 17 de mayo de 2005. Y también sabemos que los comisionistas que acompañan al Gobierno en este viaje, van a reforzar con su propia presión la que ejercen los violentos.
“¿Qué aporta la violencia a la consecución de la paz?”, se preguntaba, puestísima en razón, Miren Azcarate, portavoz del Gobierno Ibarretxe. Y se constaba con no menos acierto: “la violencia reiterada no aporta nada positivo a la paz”. Tal vez si fueran hechos aislados, pero como en la vieja anécdota de la presentación de cartas credenciales por el embajador Porras y Porras al rey de Portugal, lo que molesta es la insistencia. Por más que la violencia insista, los nacionalistas y esa informe excrecencia de la izquierda que es lo de Llamazares y Madrazo, seguirán apostando por negociar políticamente con los terroristas, bien directamente, bien en la mesa paralela.
Mientras tanto, el Gobierno sigue cada vez más preso del proceso, si me permiten esta aliteración elemental. Plantarse y decir “esto no va a ninguna parte” equivaldría a quedarse pavorosamente solo. La mayor parte de sus actuales socios reaccionarían negativamente y, lo que es peor, sería difícil convencer a la parte más racional del electorado de que la culpa era del PP. Esto no quiere decir que no lo vayan a intentar, pero en este problema, como en los otros grandes problemas que tenemos planteados, (inmigración y reformas constituciones y estatutarias) sería imprescindible abandonar las fantasías que desde el Pacto del Tinell han definido la única estrategia en la que el Gobierno de Zapatero ha mantenido una cierta coherencia: hacer imposible la alternancia y eso es muy difícil.
También parece muy difícil que la oposición acepte la idea de que el Gobierno sólo podrá levantarse de la mesa negociadora si el PP le ayuda. Debería hacerlo. Si piensa que este Gobierno no lo merece, debería considerar que los ciudadanos sí y no debería subestimarlos. Sabrán premiar a quien haga un esfuerzo para salir de este pantano.
1 comentario:
Santiago, es un artículo necesario, no sólo bueno. Necesario para nosotros, los ciudadanos,porque no podemos dejar de buscar una solución a esto.
Pero ¿de verdad cree que hay alguna posibilidad de que el PP se comporte como un "hombre de Estado? ¿Quién se la va a dar esa oportunidad?
Buenos días.
Publicar un comentario