A mí que me registren

Habíamos suspendido el aliento. Por primera vez en los últimos seis años, la viceprimera no estaba autorizada ayer a dar cuenta en rueda de prensa de lo que habían tratado durante las dos horas anteriores en el Consejo de Ministros (y Ministras, claro). Lo haría Él por la tarde, después de explicarles el contenido de su plan a sindicatos y empresarios.

No es que esté mal. Es que es muy poco, aunque al decir esto haya que preguntarse a continuación: "¿comparado con qué?" Debemos felicitarnos, porque el menos esta vez no se han adoptado medidas que vayan en dirección contraria. Incluso podríamos decir que apuntan en la dirección adecuada, pero que el disparo tiene poco alcance.

Esto se comprende leyendo los títulos que les han puesto a los papeles. El genérico se llama: "Líneas de actuación en el mercado de trabajo para su discusión con los interlocutores sociales en el marco del diálogo social". Es decir: yo sólo soy la madama del meublé. Pongo la infraestructura. Luego, allá vosotros.

Se indican posibilidades. Por ejemplo: "examinar la posibilidad de ampliar la utilización del contrato de fomento de la contratación indefinida", aunque esto así expresado debería ser una línea permanente para cualquier Gobierno, de izquierdas o derechas, en cualquier circunstancia, crisis o bonanza.

Son las perífrasis el signo del tiempo en que vivimos, pero con todo, las hubo más afortunadas. Quienes tengan edad para haber vivido los últimos años 70 recordarán la defensa, casi heroica, que el PCE hacía de los Acuerdos de La Moncloa, al presentarlos, no ya como un plan de ajuste necesario, sino como una promesa de futuro feliz, la antesala de la democracia política y social, que en el manifiesto-programa del partido se definía a su vez como la antesala del socialismo. Desde entonces se me quedó a mí la idea de que el camino al socialismo era un tránsito de pasillos. Ejercicio recreativo: Compárese la reunión del Pacto de la Moncloa de octubre de 1977 y la de ayer. Recuérdese cuántas veces ha rechazo el presidente la búsqueda de un pacto similar al de entonces.

Lo del Gobierno de ahora es poca cosa. El único gesto rotundo es el decretazo contra los controladores, pero es también propaganda, el contrapunto necesario de la búsqueda del villano opulento a quien culpar de nuestros males. Carlos Rodríguez Braun acuñó hace algún tiempo una frase feliz: el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio y el ministro de Fomento o alguien como él ya era el proveedor oficial de cabritos de Abraham para sustituir a su amado Isaac Méndez. Suya es la caracterización de los banqueros como los tiburones en su madriguera, el señalamiento de los ricos como los que ganan más de 60.000 euros. Son gestos destinados a cebar el rencor de clase y desviar la atención del personal: estás en el paro porque hay gente que gana mucho.

Hace dos años que Manuel Pizarro tuvo un memorable debate televisivo con Pedro Solbes. Hoy, el mismo Solbes no tendría inconveniente en decir que tenía razón su antagonista, aunque a la mayor parte de la gente le pareció que ganó el exvicesegundo. Oigan en el video las palabras finales de Solbes: no hay crisis, sino desaceleración; son ustedes los que están convocando a la crisis.

Hoy, Pedro Solbes está fuera del Gobierno y fuera del grupo parlamentario que lo apoya. Exactamente igual que Manuel Pizarro, que ha seguido sus pasos tras dos años de ser un cachivache en el desván que el PP tiene en el Congreso de los Diputados. Plutarco y Pedro García Cuartango se habrían escrito con menos unas vidas paralelas.

Forges, otro especialista, apunta hoy el problema: la cosa no funciona porque el presidente copia la pasividad del jefe de la oposición. Vamos perdiendo el partido porque los jugadores que están en el césped imitan a sus compañeros que están sentados en el banquillo. Es una teoría razonable, aunque nadie le echaría la culpa a estos últimos. Salvo los titulares. Dicho lo cual, la situación ha llegado a un punto en que Rajoy no puede dejarse mecer más por las encuestas, que, por otra parte, también castigan algo su inacción. Hace falta un líder, alguien capaz de insuflar un mínimo de aliento, alguna esperanza a un personal que las está perdiendo a marchas forzadas. Su pasividad es la segunda desgracia política del momento. La primera, naturalmente, es la del Gobierno.