Dicen que la memoria es el olvido

Está últimamente el presidente del Gobierno que se sale. Dueño ya del diccionario, ha conseguido plenamente el objetivo que se propuso en 2005: ha puesto las palabras al servicio de su política, en vez de someter su política a las palabras (las palabras con que enunció sus compromisos, las palabras recogidas en las leyes, sus propias palabras negadas con otras posteriores y hasta simultáneas). Y sobre todo, sus hechos.

Desde sus primeros posts, en este blog se ha sostenido siempre que la memoria histórica es un contradiós conceptual y un elogio del alzhéimer. He aquí la prueba: un tal José Mª Pedreño, presidente de los Foros de la Memoria, dijo ayer que todavía sigue vigente "el franquismo ideológico":

"Franco murió en la cama, lo hizo de risa y sus carcajadas aún se oyen".

Quizá era muy joven cuando aquello, quizá se fijó mal en las fotos que le hizo al agonizante dictador su propio yerno y que unos años después publicó 'Interviú'. Es verdad que Franco tiene en ellas la boca abierta, pero no es de risa. Fueron casi dos meses de una agonía tan larga y terrible que los antifranquistas de entonces le habríamos deseado otra más corta. Quizá es que no lo odiábamos tanto como los jóvenes socialistas de hoy en día, (entonces no había muchos) quizá es que a lo largo de los 33 años transcurridos desde entonces la parte más gruesa de nuestro antifranquismo se ha ido diluyendo en la vida cotidiana. Quizá es que muchos de nosotros hemos sido siempre unos insustanciales, no sé...

Es el alzhéimer y sus patologías en el recuerdo: no conseguimos acordarnos de lo que hemos vivido, pero recordamos perfectamente lo que sucedió cuando no habíamos nacido.

Corramos un discreto velo sobre las tonterías de Almeida y Ian Gibson. Quemar los libros de los otros antes o después de que Almudena Grandes fusile sus voces, añadir el disparatado auto de Garzón a la Constitución como un anexo, calificarlo de "el libro más apasionante que he leído en muchos años". En fin.

El cainismo se va alimentando cada mañana a golpe de memoria histórica. También se advirtió en este blog al hilo del debate parlamentario sobre la MH de que hay que convertir las fosas en tumbas, no en trincheras. Insistamos, por último, en otra idea fundamental: la convivencia ha de cimentarse en una sabia combinación de la memoria y el olvido.

Pues hénos aquí con que el lider espiritual de la memoria histórica, el presidente que puso en su estandarte y en su discurso de investidura a uno de sus abuelos, el fusilado por los franquistas, ensalza ahora las bondades del olvido cuando ha conseguido que los españoles estén más divididos que nunca por una guerra que no vivieron, hecha por sus abuelos, a quienes no conocieron.

Hay en todo esto una aspiración legítima, la de quienes desean rescatar los restos de sus antepasados enterrados malamente en fosas comunes por sus victimarios. El error del Gobierno ha sido confiar en la Ley de Say, la oferta crea su propia demanda, en vez de esperar a que se definiera la demanda para satisfacerla. Mucho menos cuando en este mercado de la memoria, además de sentimientos hay dinero o expectativas de que lo haya y cuando actuan en él asociaciones y foros que pueden tener interés en aguantar vivo el rescoldo. También porque este fuego mantiene viva su razón de ser.