Balance melancólico

Es de común conocimiento que el autor primero del Manifiesto por la Lengua Común, que tan entretenidos nos ha tenido este verano tratando de explicar a sus detractores el contenido del mismo, ha sido Fernando Savater. Hoy escribe en El País una tribuna que aminora el apabullante desequilibrio en favor de los críticos que ha mostrado la opinión publicada del periódico.

El autor desmonta en el artículo las falacias más frecuentemente repetidas contra el manifiesto en un esfuerzo melancólico y cortés. Trata de aclararles lo que no han comprendido como si hubieran intentado comprender, como si no se hubiesen colocado voluntariamanet fuera de los límites auditivos, tal como explica en el primer párrafo. Sin embargo, no descalifica globalmente su posición. En el último párrafo les reconoce paladinamente la razón en algo importante:

"Con todo, hay algo de verdad en la teoría de los "apaños": es cierto que en las comunidades bilingües los ciudadanos conviven y se entienden con pocos roces en las lenguas co-oficiales. Los problemas vienen cuando allí se legisla de tal modo que esa armonía se rompa para obstaculizar institucionalmente el derecho a usar una de ellas. Porque el busilis de la cuestión no es el bilingüismo, desde luego, sino el biestatismo que los nacionalistas pretenden imponer en sus autonomías. Es decir, que haya dos Estados superpuestos, el local que ellos controlan más y más, junto al general que soportan y al que sólo acuden cuando esperan beneficios. En tal empeño biestatal, la marginación de todo elemento común con el resto del país -empezando por la lengua- es una herramienta esencial. Como esencial resulta para quienes pensamos de otro modo oponernos a tal tendencia y denunciarla. Se trata, en efecto, de una cuestión política, como con rara clarividencia han señalado algunos de nuestros críticos..."

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Capítulo de agradecimientos

David Gistau escribe en su columna de hoy en El Mundo sobre 'El bulo de Aznar' y remata la pieza con una flor a este blog. Héla:

"De acuerdo a lo que se ha dicho de Aznar, resulta que un señor sin hechuras de galán, sin brillantez oratoria, sin sentido del humor, sin estatura, y con excesos de parvenu huyendo de la clase media tan notables como la boda de la hija en El Escorial, es en realidad un Porfirio Rubirosa, un pichabrava cuyo poder de seducción trasciende oficios y juris-dicciones. En su estupendo blog, Santiago González recordó ayer lo que dijo Ana Botella cuando a Aznar se le atribuyeron amores con una actriz: «¡Qué más quisiera él!». Ese mismo era el concepto que teníamos de Aznar, de un tedio matri-monial junto a una mujer dura y con mucho olor a garbanzos, de un landismo ante la sueca. Pero sus enemigos nos lo van a cambiar a base de bulos y al final lo vamos a llevar hasta el bar de la esquina a hombros, como a Dominguín con el pantalón a medio abrochar. Por cierto, Santiago: yo también niego lo mío con Charlize, y mira que insisten."

Muy bien, señor Gistau. Y ahora que los dos hemos negado, tal como cabía esperar de nuestra condición de caballeros, debo decirle que yo me fijé primero. ¿Qué tal un duelo a primera sangre?