Sentencia para un puente

Santiago González

A veces tiene que venir una sentencia para establecer esas verdades simples que caen, como atraídas por la ley de la gravedad o bien por su propio peso. El juez Rodríguez Achútegui, titular del juzgado de lo Mercantil número 1 de Bilbao, ha dicho en su sentencia que el puente de Calatrava es una obra de arte, pero que sobre todo, es un puente. O sea, una obra de ingeniería que se construye para cruzar un río. Podría parecer que nos movemos en un terreno de definiciones tautológicas o que eso podría decirlo un niño de cuatro años. “A ver, que me traigan un niño de cuatro años”, decía en situación análoga Groucho Marx en su papel de Rufus T. Firefly, primer ministro de Libertonia en Sopa de ganso.

La sentencia es impecable: reconoce la pasarela del arquitecto valenciano como una obra de arte y reconoce que la conexión de la construida por el maestro japonés altera su personalidad y la unidad de la obra. Esto es indudablemente cierto como puede comprobar cualquiera por dos detalles diferenciales que son significativos. En la parte de Isozaki no se resbalan los transeúntes ni se rompen las losetas. Es verdad que el Ayuntamiento debió protestar por ello hace diez años o algo menos, recuerden que durante un tiempo creíamos que las soleras de vidrio eran rotas por un loco que las golpeaba con un punzón al amparo de la noche. En todo caso, el juez no lo ha tomado en consideración como argumento defensivo frente a la demanda de Calatrava y es de suponer que el Ayuntamiento no pondría mucho celo en su denuncia si las cosas se quedan como están.

El espíritu de la sentencia viene a plantear el gran problema del diseño, el predominio de la estética sobre la función. Vivimos rodeados de cachivaches que no cumplen bien el cometido para el que fueron creados: sillas hermosas, pero incómodas o inestables, objetos imposibles que el marsellés Jacques Carelman ha llevado hasta el absurdo en su Catalogue d'objets introuvables. La modernidad nos los hace cada día más accesibles. Laus Deo.

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Aparcar en sagrado

Santiago González

La Policía Municipal de Pamplona detecta cada año unas 2.000 tarjetas fraudulentas de zona azul, de las que se retiran 500. La picaresca del aparcamiento está muy en boga en las ciudades modernas. Claro que Pamplona no es Roma, donde su alcalde, Walter Veltroni, ha destituido al jefe de la policía municipal por aparcar con un carné de minusválido que, para más INRI, estaba caducado. ¿Caducarán las minusvalías? se pregunta uno, que está más bien anclado en un concepto estamental de las dolencias. Si eres minusválido o diabético, lo eres para los restos, por mucho que te llamen discapacitado para endulzar el trago. Roma es, por otra parte, la ciudad con un emplazamiento estratégico idóneo para los milagros, no nos extrañemos de nada.

El comandante Catanzaro, que tal es su gracia, acudió a comer a un restaurante muy próximo a la plaza España, lugar donde el aparcamiento es cosa más portentosa aún que recuperar lo que perdimos y en lugar visible del salpicadero colocó una tarjeta de minusválidos correspondiente a una anciana de 86 años que la había perdido.

Quienes tengan edad para ello, porque ahora ya no se puede ver cine en blanco y negro por la tele, podrán recordar aquella secuencia de ‘La escapada’ en la que el gran Vittorio Gassman lleva en su coche a Jean Louis Trintignant un día del ferragosto romano. Bruno Cortona, que era el nombre del personaje de Gassman en la película de Risi, llevaba un cartel con la leyenda “Camera dei diputati” para casos de aparcamiento problemático. Cuando estacionaba en lugar totalmente prohibido, se limitaba a coger la multa que le habían puesto al coche más próximo y colocarla bajo su limpiaparabrisas.Los navarros, incluidos los infractores, son más sobrios que los romanos, no hay más que comparar una película de Risi con una de Montxo Armendáriz. Por eso, una parte del personal que trabaja en el centro, quiere hacerse con una tarjeta de zona azul que le permita aparcar en sagrado, pero eso sí, los nuestros están dispuestos a pagar los 44.95 euros que cuesta al año la tarjeta.