Es la hegemonía, estúpidos

Desde el domingo se ha venido generalizando entre la ciudadanía, incluso entre personas habitualmente críticas, la creencia de que tras la cumbre de Santiago es conveniente dejar enfriar la crisis, con la esperanza (a la que Moratinos se agarra como a tabla de náufrago) de que a Hugo Chávez se le pase el calentón de boca. El defensor de los Grandes Simios cree, incluso, que la culpa del desparrame la tuvo el Rey.

Vana esperanza. Chávez es un bocazas, ciertamente, pero si sólo fuera eso bastaría con enviar a las cumbres al ministro Bermejo para que se las tuviera con alguien de su estilo. Pero Chávez es, además, un dictador, un caudillo. A él no le importaba Aznar, a quien por cierto exculpó a finales de abril de 2002 del golpe fallido contra él unos días antes. A él sólo le interesaba dejar constancia de su liderazgo frente a la patrocinadora de la cumbre, España. Chávez subvenciona la artrítica revolución cubana y tiene becados a Daniel Ortega en Nicaragua, a Rafael Correa en Ecuador, a Evo Morales en Bolivia, a los Kirchner en régimen de mediopensionistas, en Argentina. Lo de Ollanta Humala en Perú no ha podido ser aún, pero todo se andará. Se trata, simplemente, de asentar su hegemonía. El próximo día 2, en Venezuela. Después, en toda Iberoamérica.

¿De verdad alguien se creía que con un poco de talante y algo de paciencia para explicar a ese sujeto que en realidad, también nosotros nos sentimos muy lejos de Aznar, por supuesto, por supuesto, iba a bastar para apaciguarlo?¿Que así garantizamos la seguridad jurídica de las empresas españolas en aquellos países? ¿Älguien se ha parado a pensar que los países latinoamericanos que aún no son bolivarianos tal vez albergaran la esperanza de que España fuera para ellos una garantía de libertad frente a lo que se les viene encima?¿Vamos a hacer en todas partes lo mismo que con el Frente Polisario?

Ejercicio práctico.-Copia la sentencia de Churchill cuando Chamberlain volvía tan ufano de firmar el Pacto de Munich, con el que él y Daladier creían haber apaciguado a Hitler en 1938:

"Os han dado a elegir entre la indignidad y la guerra. Habéis elegido la indignidad y ahora tendréis la guerra."

Mutatis mutandis, naturalmente.

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Memoria de terciopelo (2)

Habíamos visto hasta ahora cómo el presidente del gobierno sacrifica la precisión y la coherencia del relato a la estética. Ayer comprobamos esta querencia en un par de ocasiones. Dice, por ejemplo:

"Eran las nueve de la mañana, minuto arriba, minuto abajo...",

para afirmar a continuación que eran exactamente las nueve y un minuto. Se afirma como un hombre de vida tan familiar que nada, salvo un viaje de Estado, puede evitar que desayune con su mujer y sus hijas. Sin embargo, como en la entrevista de el País posterior al atentado de Barajas la representación le exige mostrarse solo frente al peso de la púrpura, ya había desayunado sin esperarlas. El pasado día 9, en la primicia que daba el diario ABC, ya habíamos notado esta incongruencia argumental en su autorretrato como padrazo: para explicar que era el ojito derecho de su madre, pone como ejemplo que si una de sus hijas se dedicase a tocar la flauta

y la gente empieza a decir "cómo es, cómo toca la flauta..." Claro, llega mi hija a comer y le digo: "lo que tú digas". Yo tengo dos hijas, entiendo eso. ¿O no? Cualquier cosa positiva que hagan mis hijas, yo me rindo. Con ellas me rindo antes de empezar." [Rendirse ante la obra bien hecha no es lo mismo que rendirse ante la obra por hacer].

Hay un factor corrector en la familia:

"Afortunadamente, Sonsoles es como es" y, a veces, "Sonsoles se enfada: ¨ya estás tú, consintiéndolas...¨ Afortunadamente tiene la fortaleza emocional suficiente para poner límites".

A lo largo del libro son frecuentes las expresiones de amor a su mujer, cosa natural en un hombre enamorado: Lo destacable en su relato es su portentoso golpe de vista:

"Conocí a Sonsoles y se acabó, se acabó. [¿el qué, presidente?] Supe desde ese instante que no tenía necesidad de conocer a ninguna mujer más. Oye, pero así te lo digo. Es posible que sea debido a mi carácter optimista, pero cuando me la presentaron y la conocí, cuando me acerqué a ella y vi la luz que tenía, me dije: ¨joder ¡Qué chavala, qué chavala!¨. Uno de esos instantes en que te acercas a que te presenten a alguien, y cuando empiezas a hablar con ella, otra vez: ¨¡qué chavala, qué chavala..!¨. Y, plas, para toda la vida.

La falta de coherencia en el relato vuelve a aflorar cuando habla de "su" abuelo, no del padre de su padre, ni del abuelo de su hermano Juan:

"Recuerdo la primera vez que oí hablar en casa de la muerte de mi abuelo, tendría doce o trece años. [Nuevamente la literatura, como descubrió sagazmente Arcadi Espada. ¨Muchos años después, ante la grabadora de Suso de Toro, el presidente Rodríguez Zapatero había de recordar el día que su padre le habló del fusilamiento de su abuelo¨. La descripción queda hecha polvo en la frase siguiente]. Antes sabía que había muerto en la guerra, que había sido un capitán del ejército republicano y que lo habían fusilado por ser leal, pero no lo tenía construido, intelectualizado. (...) Él era un socialista convencido. Lo dijo en una carta unos años antes a Zugazagotia, el director de El Socialista. Allí decía textualmente: ¨Desde que pienso por mí mismo soy un socialista¨."

Más adelante, Rogelio Blanco, director general del Libro, añade una precisión:

"Yo creo que esa obligación ética le viene de su abuelo. El alcalde de León, republicano, al que mataron en el 36, habla en su diario varias veces del capitán Lozano y dice: "es un hombre de principios, firme en sus ideas."

Sin duda era así. Aquel alcalde de León (foto de la dcha.) se llamaba Miguel Castaño Quiñones, era periodista y fue fusilado el 21 de noviembre de 1936. Su nieta, una gran remera de esta nave, escribió una magnífica carta a Rodríguez Zapatero, de nieta a nieto de fusilado, durante la campaña electoral que lo llevó a la presidencia del Gobierno.