En ¡Basta Ya!

Justas poéticas

Pie de vídeo: El conflicto vasco visto como un cauce desde la tercera orilla. Lástima que la historia termine mal.

Santiago González

Ya lleva camino de hacerse tradición el consejo de Gobierno que el lehendakari celebró el martes en la casa-palacio La Puente, en recuerdo agónico del provisional establecimiento del Gobierno vasco en Trucíos durante la segunda quincena de junio de 1937. En aquellos días, concretamente el 19, Bilbao cayó en poder de las tropas franquistas. El 30 de junio, el primer lehendakari de nuestra historia reunió a su primer Gobierno vasco y redactó el Manifiesto de Trucíos, una reproducción del cual fue entregada el martes por Ibarretxe a la presidenta de las Juntas Generales de Bizkaia, junto a un retoño del árbol de Guernica. Para devenir en tradición, bastará con que se repita el acto hasta el final de la legislatura, que aquí la tradición es un cemento que fragua al momento. Los más memoriones recordarán aquella extraordinaria y veraz aseveración de Tasio Erkizia para denunciar la política de colaboración de la policía francesa con la española sobre la entrega de terroristas detenidos: “Desde hace siete años, el estado francés se ha convertido en el enemigo secular del pueblo vasco”.

El lehendakari Ibarretxe ha vuelto por sus mejores registros. Durante el acto de entrega de los souvenirs citados, ya en la Casa de Juntas de Avellaneda, el lehendakari habló de su tripartito, con el que piensa llegar hasta 2009 y más allá, pese a la existencia de gente que critica a su Gobierno con intención aviesa: "Me parece una gran contradicción que se hable mal, a la baja, de un proyecto y, al mismo tiempo, oferten contratos millonarios (sic) para que abandonemos el proyecto",

A continuación soltó uno de esos párrafos irrepetibles, qué digo irrepetibles, inimitables:

"(El Gobierno vasco) Es la apuesta más centrada que se ha hecho en los últimos tiempos. Somos la columna vertebral. Y lo somos porque, frente a las posiciones de las orillas, suponemos el cauce central. Porque ni el PP ni el Partido Socialista acaban de aceptar que las decisiones en torno al futuro de este país se toman en Euskadi y no en Madrid. Y porque, en el otro lado, Batasuna no acaba de aceptar que los derechos humanos son indivisibles. Está bien que reclamen los derechos humanos de todas las personas, entre ellos los de los presos, pero siempre será incompleta su reflexión si no la hacen en torno a la vulneración de los derechos humanos que suponen la extorsión y la violencia de ETA, de la kale borroka y de cualquier actuación violenta".

Todo párrafo del lehendakari constituye para este menda una irresistible invitación a la hermenéutica. Apliquémonos, pues, a los materiales: Llama la atención un primer rasgo de estilo, un detalle cultural autóctono, que es la apuesta. Frente a lo que en otras partes se llamaría ‘opción’, ‘elección’ o ‘choice’, lo característico del vasco es la apuesta. El problema es que la apuesta es una opción que se toma generalmente ante hechos aleatorios y no está guiada por el cálculo racional, sino más bien por el azar. Es la improbabilidad del suceso lo que da sentido a la apuesta, no el porcentaje de certeza que conocemos como probabilidad. Por poner un ejemplo: ninguna de las personas que conozco habría apostado por Miguel Sebastián como alcalde de Madrid. Bueno, casi. El presidente del Gobierno sí. Lo que hace la gente sensata en los asuntos o con los recursos que le importan es invertir, no apostar.

Pero metidos ya en harina, lo que menos preocupa es hacer “apuestas centradas”. El calificativo que le va bien a la apuesta no es ‘centrada’, sino ‘acertada’; lo malo es que no la podemos calificar hasta después del suceso.

¿Somos la columna vertebral porque frente a las orillas constituimos un cauce central? Es una hipótesis extraordinariamente sugerente, aunque no muy fácil de visualizar. Claro que la poesía tiene razones que el conocimiento del medio no entiende. Anatomía del Cuerpo Humano y Geografía ya alternaban juntas en la poesía de Gabriel Celaya:

“Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.”

Lo que le pasa a Ibarretxe es justo lo contrario de lo que le sucedía al burgués gentilhombre: él habla en poesía sin saberlo. Nada tiene de extraño, por otra parte, que Juan Josué esté familiarizado con cauces y orillas desde que su antecesor, Moisés, tocó con su vara las aguas del Mar Rojo.

Lástima que el poderoso aliento lírico de Ibarretxe tropiece con el insuficiente acabado de sus textos. Lo característico del cauce no es estar ‘frente’ a las orillas, sino discurrir ‘entre’. Vistas así las cosas, el adjetivo ‘central’ aplicado al cauce para definirlo respecto a las orillas, es puro pleonasmo. La imagen tiene un inconveniente adicional: el cauce se erosiona, es transformado por el agua que lo recorre, los cantos rodados y sedimentos varios, mientras las orillas están ahí, tan ricamente, viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá.

Una orilla son el PP y el PSOE, una unidad física y hasta de destino en la imaginería del lehendakari. La otra es Batasuna, de quien dijo: “Está bien que reclamen los derechos humanos de todas las personas, entre ellos los de los presos, pero siempre será incompleta su reflexión si no la hacen en torno a la vulneración de los derechos humanos que suponen la extorsión y la violencia de ETA, de la kale borroka y de cualquier actuación violenta.” Si hubieran reclamado los derechos humanos para todas las personas (supuesto de partida) no tendrían que completar ninguna reflexión, reclamando el cese de la extorsión, la violencia etarra, la kale borroka and so on.

Por mucho que se esfuerce Zapatero, hay dos objetivos inalcanzables para él (y para cualquiera): engañar a ETA y superar a Ibarretxe.

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Las cosas como son

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Desde la altura de su expediente académico, Pepe Blanco dictamina en su Querido Diario:

Creo saber por qué el PP se opone a que se imparta la asignatura de Educación para la Ciudadanía -escribo a propósito las dos palabras, educación y ciudadanía; no merecen menos-. Están en contra por un motivo sencillo: jamás la aprobarían.



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