Hoy, el diario El País publica una muestra extraordinaria de periodismo verité: "
Hijos y nietos de fusilados responden a sus cartas de adiós", en lo que parece ser la penúltima iniciativa para mantener viva la llama de la memoria histórica, ese oxímoron.
La periodista que firma hilvana un primoroso 'patchwork' con las frases de las últimas cartas que escribieron las víctimas, entre el sentimiento, la proclamación de inocencia y las recomendaciones prácticas, y las misivas que ¡setenta años después! les responden alguno de aquellos destinatarios y, sobre todo, los descendientes de éstos.
Hoy, los remitentes llevarán estas cartas a un acto que se celebrará en el cementerio de La Almudena, (entonces Cementerio del Este) en cuyas tapias se fusiló tanto hace siete décadas. Cuando se da un espacio de tiempo tan grande entre unos mensajes y sus réplicas, no cabe atribuir la tardanza a la impuntualidad de Correos, ni la coincidencia temporal de las respuestas a la casualidad. Debería aclararse de quién es el impulso para que 70 años después todas aquellas cartas hayan sido respondidas.
Este blogmaster es respetuoso con los sentimientos, aun sobrevenidos, se considera muy neutral entre toda clase de supersticiones y respeta la autonomía de todo quisque para suscribirse a la que mejor le cuadre, pero comunicarse con los muertos por vía epistolar es una operación complicada para quienes no creemos en la vida perdurable. Esos mensajes han de estar forzosamente más cerca de la literatura que de la voluntad de comunicarse con el destinatario.
El género se presta. El medio epistolar es un vehículo privilegiado para la ficción. Obras de la literatura universal y de la historia del pensamiento se presentan bajo la forma de cartas. 'Cartas marruecas' se titula la creación más destacada de José Cadalso, 'Cartas persas' es uno de los imprescindibles y escasos libros en los que ha llegado hasta nosotros Montesquieu, 'Cartas desde mi molino' tituló Daudet una colección de relatos que había ido publicando por los periódicos. Más cerca en el tiempo, una obrita estremecedora de Katherine Kressman Taylor titulada 'Paradero desconocido' construye mediante unas ficticias cartas cruzadas entre dos amigos (un judío estadounidense que vice en San Francisco y su socio alemán que ha vuelto a Munich a comienzos de los años 30) una historia terrible sobre la génesis del odio.
A veces, la ficción está en el destinatario; cuando lean ustedes el sintagma 'carta abierta' en un periódico, desconfíen. No van dirigidas en realidad a quien parece. Sé de qué les hablo; he publicado no menos de un centenar de cartas de esta naturaleza dirigidas a Ibarretxe y a Zapatero para hacerles observaciones, a menudo críticas, sobre sus respectivas formas de entender las tareas de gobierno. Era evidente que los destinatarios reales de aquellas columnas, que de tal se trataba, eran en realidad mis lectores, no los gobernantes a quienes aparentemente las dirigía, pero el vocativo es una herramienta de extraordinaria utilidad para las sutilezas irónicas.
La comunicación con el más allá es un asunto peliagudo que afecta por igual a las necrológicas y las cartas zombies, géneros tan próximos que tienden a confundirse. Arcadi Espada, que es un especialista, ha prevenido en 'Periodismo práctico', su último libro (por ahora), contra el afán imposible de proximidad al difunto, porque llegados a este punto, "hay que definir quién es el muerto". Al final del citado libro incluye Espada un decálogo de consejos para relativizar los peligros que depara el trance de escribir una necrológica:
1.-Tenga en cuenta que usted sigue vivo.
2.-Evite ponerse, por si acaso, en el lugar del muerto, tipo “a él le habría gustado así”.
3.-Evite las cartas a tumba abierta, tipo “allá donde estés, amigo, quiero que sepas”.
4.-Evite convertir una muerte natural en un suicidio, tipo “se fue tan discretamente como había vivido”.
5.-No espere una mejora de su conducta, tipo aquel necrologista que riñó a su muerto.
6.-Sobre todo, no hable de su sonrisa, tipo “nos acompañará siempre”.
7.-Si siempre ocultó lo que realmente pensaba sobre él, haga ahora un pequeño y postrero esfuerzo.
8.-Examine si supone un acto de respeto haber esperado a su muerte, tipo “ahora ya se puede desvelar cómo”.
9.-No olvide jamás que la necrológica que está escribiendo puede ser lo único vivo que quede de él.
10.-Y dado que en algún caso, aunque escaso, el muerto se ha levantado y ha leído, escriba usted siempre con las precauciones del que espera réplica.