
Manuel Alcántara es, seguramente, el mejor columnista de la prensa española, un hombre cabal e íntegramente volcado en su columna que escribe sin prisas y sin pausas siete días a la semana y 52 semanas al año, salvo las vísperas de los tres días en los que los kioscos no venden periódicos, a saber: Nochebuena, Nochevieja y Viernes santo. Así un año tras otro.
Ayer, en su columna de El Correo y los periódicos de Vocento, Alcántara escribió
una columna titulada 'Pepe Utrera'. Durante un segundo me sonó a nombre vagamente conocido, muy apropiado para un torero, bailarín o contertulio senequista del escritor.
En los primeros compases fijó la identidad: "Hablo del Excelentísimo señor don José Utrera Molina" y ya no hubo lugar a dudas: hablaba del que fue gobernador civil de Burgos en algún momento de mi infancia, después de serlo de Ciudad Real y antes de ejercer la misma responsabilidad en Sevilla. En el bajofranquismo, fue ministro secretario general del Movimiento, lo que no deja lugar a dudas: era franquista y falangista. Ya en democracia, sólo supe de él que era el suegro del actual alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón.
Desde ayer sabemos que era también amigo de Manuel Alcántara y el motivo de que éste le dedicara su columna es que la Diputación de Málaga, lugar de nacimiento de ambos, acababa de retirarle algunos honores que en años pasados le había concedido. Cabreado y justamente cabreado ha tenido que sentirse el maestro, poco amigo del desparrame en los insultos, para escribir "hace falta ser brutos" o "hace falta ser ladrón".
Nada habría que destacar en ese folio, salvo la actitud del columnista. La defensa de su memoria afectiva y del honor de su amigo es un autorretrato moral del hombre que lo escribe. Hace años leí un artículo de nuestro hombre dedicado a los huevos fritos. En materia de huevos, escribía, "la unidad es el par". Pues hace falta un par y tener muy arraigado el amor a la verdad para escribir 'este falangista es amigo mío'.
Hace falta la potencia de un salmón para remontar a contracorriente el río sectario que nos lleva, en el que lo habitual es autoextenderse certificados de pureza de sangre republicana, rediseñarse el árbol genealógico y tunearse los antecedentes: el presidente del Gobierno sólo ha tenido un abuelo, el militar fusilado por Franco 24 años antes de su nacimiento. Al otro abuelo, el médico franquista a quien sí conoció y quiso, no lo ha citado jamás en público. La memoria de la vicepresidenta retrasó más de una década la rehabilitación de su padre, inspector de Trabajo en la República, depurado por la dictadura, pero rehabilitado por el dictador en 1955, a propuesta del camarada José Antonio Girón de Velasco, ministro de Trabajo por entonces. Ese Bermejo, hijo del jefe local del Movimiento de Arenas de San Pedro, con su mal resuelto complejo de Edipo: "tuvimos que luchar contra los padres y ahora tenemos que luchar contra los hijos". Debe registrarse la significativa excepción de Bono, que no tuvo mayor empacho en recordarse a sí mismo como el hijo de "Pepe, el falangista", exponiendo al mismo tiempo, naturalmente, su creencia incontestable de que su padre era un ser humano decente. Es hora de invertir el miserable discurso del sectarismo dominante: yo mismo he conocido y me he honrado con la amistad de socialistas honestos, veraces e inteligentes.
Alcántara, maestro, enhorabuena y muchas gracias.